Ella no era una ella cualquiera. Tenia el sexo como labios, suave, anhelante, provocador, palpitante..., solo le faltaba hablar. Cuando besaba con esos labios, los que no dan conferencias, el veía entre pestañas, y cuando la besaba cerraba los ojos para no ver tanto espanto detrás de sus labios. Cerré los ojos, bese su boca y no vi el espanto detrás de sus labios. Sentí como buscaba desesperademente con su lengua. Escrutaba cada milímetro de mi boca a una velocidad vertiginosa, no me dejaba respirar, asfixiaba. ¿Que le intrigaba tanto? No entendía tanta pasión por una simple boca, quizás sucia y maloliente, y menos con aquel faro de arrecife entre las piernas. La luz del faro giraba y giraba e iluminaba su verdadero ser. A golpe de faro fui quitándole todas las mascaras: el antifaz de intelectual, los ademanes de exquisita, su ingenua autosuficiencia..., y surgían palabras, balbuceos como: Te necesito. Uffff...Te quiero. Ahhh...No te pares. Cariño. Amor mío. No me dejes. ¡Que polvazo...!.
Ella pensaba que el era uno cualquiera. No necesitaba un hombre para nada, excepto para follar. Podía vivir sola, comer en soledad, dormir en una cama enorme, pasar los domingos leyendo en un silencio sepulcral, prescindir de todos y de todo...pero de vez en cuando necesitaba un buen faro entre las piernas. Un faro con mucha luz, que la iluminase durante otra semana o, si era suficientemente fuerte (en realidad débil), un mes.
Tiene un miembro fantástico, en su justo termino medio que es donde esta la virtud. Es un virtuoso del sexo. Qué lastima que solo sirva para esto. En realidad a mi que me importa, mientras que me folle bien follada, que haga de su vida lo que quiera. Es un cabrón...¡Que barbaridad! Sin decirme una palabra me hace perder el control. Pierdo la noción de la realidad: ¡Uff..!
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